
El Secreto de los Ramirez
En una pequeña aldea en las montañas de Oaxaca, donde el aire huele a maíz tostado e incienso del Día de los Muertos, vivía la familia Ramirez, conocida por su devoción a rituales que mezclaban el catolicismo con creencias nahua. Don Eduardo, el patriarca de piel curtida y ojos como pozos oscuros, guardaba un secreto ancestral: la “herencia de la carne”. En los años 70, siendo joven, encontró un códice maldito en ruinas astecas, escrito en piel humana, que detallaba un ritual para invocar a los huehueyotl, ancestros devoradores que exigían carne viva para reencarnarse. Tras perder a su esposa, Eduardo, obsesionado con la inmortalidad, sacrificó un cabrito, mezcló su sangre con tierra de las ruínas y comió su corazón crudo, recitando en náhuatl.
Esa noche, sintió algo moverse bajo su piel, como gusanos cavando. Despertó con marcas rojas pulsantes en los brazos. Días después, su hija María, de diez años, comenzó a reír sola en la oscuridad, mirando a los vecinos como presas. Eduardo supo que los huehueyotl habían llegado, y pedían más que sangre animal.
La Transformación de la Familia
Años después, los Ramirez vivían aislados, transformados por el ritual. No envejecían normalmente; su piel se volvía gruesa como cuero, y sus dientes se afilaban en noches de luna llena. Para aplacar a los huehueyotl, consumían carne humana de parientes lejanos o forasteros, mezclada con ofrendas del Día de los Muertos. Eduardo lo justificaba como “honrar a los ancestros”, pero era una hambre insaciable que los consumía.
En 2023, Jack, un bloguero americano en busca de “autenticidad”, llegó a la aldea tras escuchar rumores de los Ramirez. Ignorando advertencias, visitó su casa al anochecer. Eduardo, un anciano que parecía de 50 a pesar de sus 80 años, lo recibió con tequila y tamales. María, ahora una mujer de ojos vidriosos, lo tocaba posesivamente, mientras los gemelos Paco y Luis, con cicatrices rituales, salivaban desde las sombras. Invitaron a Jack a un ritual en el cementerio familiar, y él, drogado por la tequila con hierbas alucinógenas, aceptó.
El Banquete de los Huehueyotl
En el cementerio, entre tumbas y ossos expuestos, un altar con calaveras de azúcar, flores marchitas y carne fresca oculta entre las ofrendas aguardaba. Los cánticos en náhuatl comenzaron, y Jack sintió un cosquilleo en la nuca. María lo sujetó, clavándole uñas afiladas. Eduardo, con una daga de obsidiana, cortó su camisa y grabó símbolos astecas en su pecho, mientras Jack gritaba, sangre brotando. Los huehueyotl emergieron de las tumbas: sombras carnales con carne podrida y dientes irregulares. La “Abuela Devoradora” mordió su abdomen, arrancando intestinos humeantes. Jack sintió cada mordida, vivo por horas mientras los Ramirez comían su carne cruda.
Paco devoró su hígado pulsante; Luis bebió su sangre en una calavera; María arrancó un ojo, masticándolo como fruta. Cuando Jack murió, su piel fue estirada para un nuevo códice. Pero su espíritu, atrapado por los huehueyotl, comenzó a acechar la aldea. Turistas reportan visiones de un hombre sin piel, con intestinos colgando, susurrando “Vengan a honrar a los muertos”. Los Ramirez siguen esperando forasteros, mientras la hambre de los ancestros crece, devorando todo hasta dejar solo huesos y gritos.