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Los Nahuales de la Frontera

El Sueño Americano Roto

En las calles polvorientas de Tijuana, en 2025, donde el muro fronterizo se alza como una cicatriz infectada, un grupo de jóvenes luchaba por sobrevivir. Sofía, una estudiante de 19 años que soñaba con estudiar arte en Los Ángeles, vivía aterrorizada por los feminicidios: cuerpos de mujeres mutilados, con ojos arrancados, aparecían en zanjas. Su novio, Miguel, de 20 años, trabajaba en una maquiladora, pero el desempleo lo empujaba hacia los carteles, donde los amigos desaparecían rápido. Los gemelos huérfanos, Rosa y Juan, de 18 años, escaparon de la pobreza de Michoacán, marcados por la desaparición de su madre en el desierto, abandonada por coyotes.

En un barraco cerca de la frontera, planeaban cruzar ilegalmente hacia el “sueño americano”. Pero Tijuana escondía rumores oscuros sobre los Nahuales de la Frontera, brujos modernos que, con rituales astecas y drogas sintéticas, robaban cuerpos para cruzar la frontera, dejando almas atrapadas en pieles podridas. Aunque los jóvenes se burlaban, el miedo era real: los carteles usaban estas leyendas para encubrir secuestros, mientras la policía corrupta miraba para otro lado.

El Ritual de la Piel

Desesperado por dinero, Miguel aceptó un “trabajo rápido” de El Lobo, un coyote tatuado con serpientes emplumadas. Entregó una mochila con fentanilo en un túnel subterráneo, pero gritos lo detuvieron. Espiando, vio el horror: El Lobo y sus hombres, con máscaras de nahual hechas de piel humana fresca, rodeaban a una migrante atada a una mesa de concreto. Con cuchillos curvos, la desollaban viva desde los pies, arrancando la piel como papel mojado, exponiendo músculos temblorosos. Ella gritaba mientras le inyectaban una droga verde fluorescente que hacía su carne burbujear en pústulas purulentas. “Para renacer, vestimos el dolor ajeno”, entonó El Lobo, cosiendo la piel arrancada en su brazo, donde se fundía como cera.

Miguel huyó, pero el terror lo alcanzó. Contó todo a sus amigos, pero Rosa desapareció al día siguiente, secuestrada al volver de una tienda, otro posible feminicidio. Sofía, consumida por la rabia, los llevó a un almacén abandonado en la zona industrial, donde los carteles guardaban cuerpos para “repuestos”. El aire apestaba a podredumbre y cloro. Encontraron a Rosa, viva, colgada por ganchos en las costillas, sangre goteando. Sus senos habían sido cortados y cosidos en la máscara de un capanga que se reía, masturbándose con una mano ensangrentada. Juan atacó, pero lo redujeron, forzándolo a ver cómo inyectaban la droga en Rosa: su piel se hinchó, estallando en heridas con larvas mutantes que devoraban sus órganos. Rosa suplicaba morir, pero le arrancaron el útero con pinzas oxidadas, ofreciéndolo a un altar de cráneos de migrantes.

La Transformación Final

Sofía y Miguel intentaron salvar a Rosa, pero El Lobo apareció, revelándose como un nahual: su piel, una colcha de retalhos de víctimas, con rostros cosidos y ojos que parpadeaban, susurrando nombres de desaparecidos. “La frontera exige sacrificio”, gruñó, clavando garras en la barriga de Juan, arrancando sus intestinos y enrollándolos en su cuello como soga, estrangulándolo mientras larvas salían de su boca. Miguel, traicionado por Juan, quien delató a Rosa por una falsa promesa de paso, fue el siguiente. El Lobo lo desolló desde la cabeza hasta los pies, exponiendo el cráneo y los músculos en agonía. La droga fundió su carne con la del nahual, atrapando su alma en un pedazo de piel que El Lobo usó para cruzar la frontera.

Sofía huyó al desierto, pero el nahual, ahora con el rostro de Rosa en el pecho y los ojos de Juan en los brazos, la atrapó. En una zanja de cuerpos mutilados, migrantes con miembros cortados y genitales arrancados, la forzaron a “renacer”: le abrieron el pecho con un serrucho oxidado, reemplazando su corazón con uno podrido, cosido con tendones. Larvas devoraban su útero, reflejando el horror de los feminicidios. Transformada en nahual contra su voluntad, Sofía cruzó la frontera, pero no halló libertad. Ahora vaga por el desierto binacional, atrayendo migrantes con promesas de paso, solo para desollarlos y vestir sus pieles, susurrando: “La frontera no divide; devora”.

Tijuana sigue tragando a sus jóvenes, con desapariciones creciendo y los nahuales, reales o no, multiplicándose en la corrupción. Si planeas cruzar, escucha el viento: lleva los nombres de los perdidos.

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